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miércoles, 22 de diciembre de 2021

Fotógrafos


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       «Había os retratistas populares, que traballaban básicamente as rúas. Xosé Rodríguez Arias, O Rizo, con domicilio profesional en Ourense pero habitual do Carballiño (…) Estaba tamén Gabriel Alonso, Potiños, domiciliado na rúa da Carreira, onde tiña un pequeño estudio e proveitaba as feiras e festivos para sacar-los seus grandes lenzos (…). A eles, e coincidindo ó longo dos anos cincuenta e sesenta seguíronlle homes da cámara coma o Imfo, Aurelio, ou a saga familiar dos Godás (…) A todos eles débeselle a memoria gráfica destes anos.» (Miguel Anxo, p. 23)

         Varios eran los fotógrafos que operaban en el pueblo los años de referencia de esta crónica:

        Los hermanos Ramón y Benito Godás tenían tienda abierta en calle General Mola, a la altura de la plaza San Ramón. 

        
Potiños, afincado en la calle Carreira.

Potiños, 1930.


Ponía su puesto en las ferias y le bastaba cambiar el decorado de fondo y meter la cabeza en la manga de su cámara para que sus clientes pudiesen viajar por el mundo adelante.

Fiestas de septiembre de 1962: Xosé Prada, José Hernández, Santiago Cacho

En La Alameda, Orjales tenía su negocio en el portal de la casa de Baíto, al lado del cine Alameda.



Luis Arturo García, Mª Nélida Rodríguez Viaño, Cuqui Orjales, Santiago Cacho

         El estudio de Aurelio se encontraba en el número 24 de la calle Tomás María Mosquera. Era ya un especialista en los retoques.




         Pero era el fotógrafo de Ourense, Xosé Vázquez Arias, que firmaba como Rizo, el que, los días de ferias y las fiestas, recorría sin cesar las calles del pueblo haciendo fotos a diestro y siniestro con su cámara último modelo.


Día de feria, 1963:
Mª Carmen Des, Mª Teresa Morquecho, Cacho, Mª Adela González "Gamallo", Laura Martínez Doval.


 Rizo en los soportales del Alameda, con las empleadas del cine. 1955
  
       Un grupo de aficionados a la fotografía creó en 1985 la asociación O Potiños en memoria del simpático fotógrafo:  http://potinos.com/





miércoles, 8 de diciembre de 2021

Arcos



ARCOS



         Santa María de Arcos es una pequeña parroquia de 180 habitantes, situada al norte de O Carballiño. 
Plaza en la que se celebra el 15 de agosto la fiesta de Santa María
        Arcos se ha hecho famoso, porque muchos de sus habitantes, pulpeiros, han participado en extender el consumo del "pulpo a feira".


       Antaño, se llegaba a Arcos por un ramal de la carretera de Cea, célebre por su pan, el único en Galicia con denominación de origen.


        Dicho ramal torcía a la izquierda, a la altura de la fábrica de maderas de Los Mansos
          En enero de 1962, el Ayuntamiento de Carballiño  inicia los trámites legales para incorporar las parroquias de Arcos y Mesiego: "Por composición urbana de sus construcciones".


Acta del Pleno Ordinario de enero de 1962. 
     
            Y se le asigna, posteriormente, un alcalde pedáneo.

Acta del Pleno extraordinario de noviembre de 1962.

          Los orígenes de la industria del pulpo en Arcos, como ocurre siempre, no fueron fáciles. Los primeros pulpeiros de desplazaban en carro tirado por mulas. Luego, para ir de feria en feria y de fiesta en fiesta,  utilizaban los servicios de los transportistas de O Carballiño, donde llevaban la caldera, el pulpo, los platos, los condimentos y, si se podía, la leña. Si no, tenían que adquirirla in situ. La adquisición de un vehículo propio se hizo posible alrededor de los años sesenta. Este hecho y la posterior utilización de quemadores de gas simplificó su trabajo.


         
Si la feria pintaba mal y no se vendía el pulpo que se había cocido, lo liquidaban entre los feriantes o puerta por puerta. Si no, al volver a casa, los vecinos y conocidos de los barrios de Raparíz y Framia les compraban los rabos y las cabezas que les quedaban. De no ser así, los tenían que tirar. No había entonces cámaras frigoríficas.

         El tratamiento del cefalópodo resultaba penoso. Había que lavarlo a mano y mazarlo para enternecerlo. Como no había cámaras de congelación, el pulpo, para conservarlo, se colgaba y se secaba al aire libre, para disgusto de los vecinos no pulpeiros que tenían que aguantar el cheiro fétido que desprendía los bichos al secarse.


         Pero como no hay mal que mil años dure, cambiaron las tornas y ya conocemos (lo decimos con satisfacción) el éxito actual de dicho cefalópodo y la pujanza de muchas de las familias que se dedican a ello.